Se acercaba la noche. El viento, frío y seco de una noche de primavera en la sierra, corría por el callejón de la antigua Iglesia. Nos despedimos. Un beso que supo a gloria. Ella me miró por última vez, y se fue. Hasta mañana, pensé, pero mi gran actitud no iba a ser menos, y otra vez, me volvió a dejar sin palabras.
La noche se presentaba solitaria. Las calles vacías y, aún, con la claridad del día, estaban desiertas, nada, sólo una bandada de pájaros buscaban refugio en el campanario de la vieja y abandonada Iglesia. El antiguo parque me esperaba. Me senté solo, en un banco, esperando que la luna apareciera, me guiñara un ojo, y se fuera. Ese momento no llegó. Me fui, calle arriba, hacia mis cuatro paredes, llamadas casa. Me esperaban para cenar, y ya estaban algo impacientes, no era hora para un niño de unos escasos quince años, bueno, eso creían ellos. Cené, pensando en ella, dije hasta mañana –esta vez sí, que casualidad-, me levanté de la silla que sostenía mi cuerpo cansado, y me acosté en esa preciada cama…Dormir…
Fin de semana. El calor nos indicaba la cercanía del verano. Sólo se apetecía dormir, y eso hice. Llevaba durmiendo tantas horas como años tenía, y no me había sentado nada mal, todo lo contrario. Me levanté para almorzar, ya había quedado con ella, a la tarde. Apenas almorcé, mis padres, extrañados, preguntaron, pero yo preferí no responder. Terminé de comer lo poco que comí y me duché. No venía mal, el calor del verano, el bullicio de turistas en el pueblo… sólo se apetecía un poco de descanso.
Llegó el momento de verla. Salí de mi casa, hacia
Aún recuerdo aquel día, ese que ya no se volverá a repetir, lo recuerdo con ilusión, con tristeza, con amor y desolación. Sí, todavía la quiero, pero al fin llegó el fin, y no es que yo lo deseara, pero todo se acaba, y esto no iba a ser menos, se acabó. Son recuerdos que se quedan en los pensamientos, y que aquellos, sólo los más sensibles son capaces de recordarlos así, porque al fin y al cabo, ya sólo son recuerdos. Saludos.